Aunque la pastelería es de pequeñas dimensiones en su interior se crean y guardan grandes tesoros. Lo que primero llama la atención al visitante, sin duda, son las estrechas vitrinas del escaparate, repletas de suculentos dulces.
Una vez pasado el trance, el que se adentra en la pastelería puede seguir deleitándose con una amplia variedad de dulces.
Pero es entonces cuando empiezan a ver otros tesoros como son la decoración de estucados en el techo, las lámparas y apliques isabelinos, y, sobre todo, los magníficos mostradores y vitrinas de la tienda.
Como curiosidad, éstos fueron construidos por ebanistas de palacio, cedidos por la reina María Cristina, con caoba traída de Cuba, ricos bronces y mármoles de Carrara. Se sabe, además, que fueron construidos en el interior, de forma que no pueden ser sacados de la tienda sin romperlos, como medio para evitar el pillaje tan frecuente en esa época.
Su decoración interior apenas se ha visto alterada en este siglo y medio, salvo por la inclusión de alguna vitrina más moderna y el cambio en los años cincuenta del siglo XX del suelo de tarima por mármoles de excelente calidad. Aun se conserva el horno primigenio de leña, ahora en desuso, así como la caja registradora y báscula antiguas. Éstas últimas, a la espera de que les vuelvan a hacer un hueco en el nuevo salón de té, aunque esta vez para ser admiradas y no para darles más trabajo del que ya cumplieron.